domingo, 16 de septiembre de 2012

El poker no se pierde, sólo se transforma

Artículo publicado originalmente en Poker10Argentina, el 30 de agosto de 2012.

En marzo de este año, los cines norteamericanos estrenaron All In: The Poker Movie. Esta película, producida y dirigida por Douglas Tirola y premiada como Mejor Documental en el CineVegas Film Festival 2009, no nos ofrece la típica historia del joven gambler que —generalmente bajo el dogma «a chip and a chair»— se enfrenta a viento y marea en pos de aumentar el tamaño de su billetera y salvar a su amigo o princesa de turno. Este film se muestra al mundo como “un documental que se enfoca en por qué uno de los juegos más antiguos de América renació en los últimos años y por qué, para algunos, es la forma de perseguir el Sueño Americano”. Puede sonar interesante. Veamos el siguiente tráiler:




El verano pasado (momento en el que se difundió el avance), la herida del Poker Black Friday aún seguía abierta. De hecho, pese a que los pronósticos son favorables, hoy en día más de un millón de jugadores espera recibir su dinero sólo en Estados Unidos. Una demanda billonaria de parte del Departamento de Justicia de los Estados Unidos cayó como una bomba sobre PokerStars ($1.5 billones), Full Tilt Poker ($1 billón) y Cereus Network (red que agrupaba Ultimate Bet y Absolute Poker, $500 millones) el viernes 15 de abril de 2011. Cargos como fraude, lavado de dinero, estafa y violación de la ley UIGEA (que restringe y prohíbe las apuestas online en territorio americano) cayeron sobre once diferentes autoridades de tres de las salas más grandes del mundo. El mayor motor de los últimos años de la historia del deporte, el poker online, había sufrido un golpe durísimo hacía pocos meses y ahí lo tenemos, cerrando el video, a uno de los directores de Full Tilt Poker quien, junto a Chris Ferguson (que también da testimonio en la película) y otros dos, llevó adelante un Esquema de Ponzi que culminó en una estafa a sus clientes por más de $444 millones. Su nombre es Howard Lederer y, al responder una pregunta acerca de lo que pensaba sobre Rounders (legendaria película protagonizada por Matt Damon y Edward Norton), dijo: “el héroe de la historia hizo trampa pero, en realidad, los héroes del poker no lo hacen”.


Antes de tener el film en mis manos, noté que la distinción como Mejor Documental le fue otorgada dos años antes del viernes negro. El dato es al menos curioso si tenemos en cuenta que el año pasado fue uno de los más oscuros de la historia del juego y que la famosa fecha es coprotagonista de los avances. No me equivoqué al suponer que se trataba de un documental realmente bueno sobre el juego que nos apasiona y que encontraría en los 109 minutos de cinta mucha información nueva. Me asombré con la historia de Moneymaker tanto más que con la de Henry Orenstein (productor de High Stakes Poker, inventor de las hole cards en las transmisiones de TV y de Transformers) y comprendí que el Texas Hold’em que jugamos hoy en día difiere muchísimo en innumerables aspectos con el que se jugaba hace treinta, veinte o incluso diez años atrás. Si bien a grandes rasgos el reglamento sigue intacto, éste es un juego de personas que se juega con cartas. Y si la gente cambia, ¿cómo no va a pasar lo mismo con el deporte? Distinguí entonces cuatro momentos clave en la historia del poker que lo cambiaron para siempre y lo trajeron por un largo camino a la realidad que hoy compartimos. Estos son:


1972 — Thomas «Amarillo Slim» Preston (1928-2012) gana la World Series of Poker. Cuando quedaban cuatro jugadores en competencia (de los ocho que se registraron), Amarillo Slim logró revivir un stack menor a las 2.000 fichas para luego ganar el torneo. Un grupo de periodistas estaba registrándolo todo y fue testigo de cómo un hombre —tan particularmente vestido— derrotó a seis rivales y se quedó con el título de la Serie Mundial. Este mismo tipo luego fue invitado a programas de televisión, dio entrevistas en todo el mundo y poco a poco se convirtió en el estereotipo de jugador de poker para más tarde volverse una leyenda.

1999 — Henry Orenstein, inventor de juguetes, patentó la hole cam y revolucionó el poker volviéndolo un deporte para espectadores. Cientos de jugadores profesionales compartieron sus estrategias y secretos a quien luego viera los torneos en televisión. El deporte comenzó a ganar interesados y los torneos aumentaron la cantidad de inscriptos exponencialmente año a año.
2003 — El poker online ya estaba entre nosotros y un jugador que había ganado un satélite online de $39 se encontraba en la mesa televisada de la World Series of Poker compartiendo paño con Johnny Chan y Howard Lederer. Chris Moneymaker, pese a ser un jugador amateur y demostrarlo a menudo, no sólo se cargó la mesa entera sino que además de eliminar a Chan alcanzó la Mesa Final. Allí dejó fuera de combate a Phil Ivey (metiendo un 16% al river) en la décima posición y luego se abrió paso hasta alcanzar el heads-up, instancia en la que se enfrentó al profesional Sam Farha y lo convirtió en subcampeón. El hecho de que este jugador amateur haya derrotado a los pesos pesados y se haya convertido en el campeón de la Serie Mundial es hoy en día considerado «el boom del poker» y atrajo más gente al juego que cualquier otro tipo de promoción en la historia. La pregunta fue: ¿Si Moneymaker pudo hacerlo, por qué no podré yo? La realidad es que en los tres años siguientes a la victoria de Chris, más de 22 millones de personas jugaban poker online y la misma World Series of Poker sintió esos cambios. En 2003 fueron 839 los jugadores inscriptos al Main Event, en tanto que 2004 sorprendió con un total de 2.576. Al año siguiente fueron 5.619 los competidores y 2006 rompió todos los récords con un field de 8.773 players.




2011 — Millones de jugadores a lo largo y ancho del planeta se ganaban la vida en las mesas online al tiempo que los circuitos de poker en vivo crecían exponencialmente. Se barajaba la idea del poker como una disciplina respaldada por la IMSA (International Mind Sports Association) y las salas aumentaron el número de profesionales que las representaban. El Texas Hold’em era ya un juego muy duro pues el nivel de los jugadores se elevaba a pasos agigantados y se barajaba la idea de comenzar a jugar Pot Limit Omaha. Pero el 15 de abril, tres de las salas más grandes del mundo fueron cerradas por orden del Departamento de Justicia de los Estados Unidos y el poker online perdió a millones de jugadores, tanto profesionales como recreacionales. Al día de hoy más de un millón de jugadores norteamericanos todavía espera cobrar el dinero que depositó en Full Tilt Poker y el nicho de fishes más grande del mundo desapareció por completo. La cantidad de jugadores que accedía a la Serie Mundial mediante clasificatorios mermó al extremo  y la dificultad en las mesas se volvió mayor.
La siguiente pregunta es ¿Qué pasa ahora? En el plano mundial, hace poco tiempo se confirmó que PokerStars —tras haberse quedado con la mayor parte del mercado— acordó con el Departamento de Justicia la compra de la difunta Full Tilt. Gran parte de Europa lleva adelante un proyecto de legalización del poker que ya fue aplicado en algunos territorios y que suele consistir en el desarrollo de subsalas que enfrentan a jugadores del mismo país o región. Incluso Norteamérica corre detrás de ese sueño y estados como Nevada, California, New York, New Jersey e Iowa están trabajando en ello. Si bien se pronostica buen clima, es preciso no olvidar algunas de las tormentas que siguen molestando en el recuerdo. Miles de empleos desaparecieron con el Black Friday y nunca renacieron. Productos de gran calidad como Poker After Dark o High Stakes Poker desaparecieron de las grillas. Revistas especializadas y webs del rubro debieron declararse en quiebra ya que la mayor parte de los fondos con los que trabajaban venían de las salas que se apagaron en abril.
Así el mundo, la industria siguió caminando. Los jugadores fuera de Estados Unidos pudieron seguir jugando y algunos hasta aprovecharon la situación, pues era constante que las garantías de los torneos no se cubrieran, por un lado, y las salas hacían todo lo posible por atraer a aquellos que no sabían a quién confiarle su dinero, por otro. Diversas promociones y oportunidades surgieron para quienes seguían creyendo y fue PokerStars quien supo hacer todo lo suficientemente bien como para convertirse en la sala más grande del mundo con amplia diferencia. Si nos fijamos un poco más acá, el poker online seguía siendo rentable desde la base: el cambio peso-dólar y la enorme cantidad de dinero muerto. Fuera del plano virtual, los torneos a lo largo del país aumentaron en cantidad y calidad. Si volviésemos tres o cuatro años en el tiempo, nos encontraríamos con un field de torneos muy pobre que no satisfacía las necesidades de todos los jugadores. Hoy, en cambio, podemos encontrar todo tipo de estructuras, modalidades y buy-ins para que hasta los más exigentes estén contentos.
El poker cambia, se transforma constantemente. Los protagonistas son los jugadores y ellos están atentos a las novedades, siempre pensando en sacarle provecho a cada situación. Si bien hay quien cree que la fantasía de este deporte se acabará algún día y que en algún momento nos quedaremos sin tela para cortar, la realidad es otra. El verdadero jugador no se va a quedar quieto cuando intenten quitarle lo que le da de comer. Encontrará variantes —tal vez otras modalidades, tal vez otros deportes— y seguirá atento, como al principio, explotando la ventaja de ser mejor que el resto.

viernes, 17 de agosto de 2012

Los mejores jugadores del mundo

Artículo publicado originalmente en Poker10Argentina, el 13 de agosto de 2012.
A Fabián L. Carpitella, quien seguirá siendo el mejor del mundo.

 

Cuando la tarde picaba y el agua de la pileta nos había arrugado tanto que se nos tornaba aburrida, mi primo y yo corríamos a merendar frente a la TV. Pero no había dibujitos ni noticieros o películas en pantalla, sino que el director de nuestras chocolatadas fue siempre una caja mágica que estaba ahí para divertirnos, distraernos y enseñarnos, a la vez, a competir sanamente. En un Sega Génesis (aka Mega Drive) jugábamos Mortal Kombat, y cada pelea era una experiencia única: los mismos personajes, los mismos golpes y trucos de siempre, pero en nuestro afán por derrotar al otro debíamos ingeniárnosla de algún modo y marcar la diferencia. Ambos queríamos ganar y de nosotros dependía el resultado de cada partida. Si en la semana habíamos practicado, buscado variantes y pensado en los problemas que nuestro rival nos podía presentar, el fin de semana vendría cargado de victorias y burlas ingeniosísimas. Y si nos poníamos las cosas difíciles, más tarde conseguíamos algo que nos hacía aún más felices: derrotar con facilidad a nuestros amigos, a los amigos de nuestros amigos y a los familiares de turno.
Los años avanzaban rápidamente y los juegos evolucionaron sin quedarse atrás por un segundo. La tecnología apuró el paso en esa maratón a la perfección que aún no termina, y por eso teníamos a nuestro alcance cada vez más opciones y plataformas donde demostrar que, si queríamos, podíamos ser mejores que el resto. Un día nació PlayStation y a los pocos meses mi primo consiguió una. Los juegos eran mucho más baratos que los de su antigua Nintendo 64 y podíamos divertirnos con cientos de títulos diferentes. Entre ellos, un tal King of Fighters llamó nuestra atención y juntos le dimos una chance. Con nuestros amigos y vecinos, pronto organizamos torneos y enfrentamientos semanales, al tiempo que decidimos frecuentar las casas de fichines. Allí, los chicos del barrio se reunían frente a pantallas gigantes —al menos para esa época— y se medían sin miedo para saber quién había sido el mejor esa semana. No había dinero ni premios o trofeos en mente, sino el enorme deseo, imparable, de ser el único que se quedase ahí sentado toda la tarde mientras los rivales desfilaban. Las primeras fichas que toqué en mi vida eran metálicas y tenían ranuras, se cambiaban por un crédito y, si nadie te ganaba, duraban toda la tarde. Quien más perdía más gastaba en fichas y quien más ganaba tenía un excedente que podía usar en la sesión siguiente. Cualquier parecido con el poker es mera coincidencia.


Cuando explotó en Buenos Aires el boom de los cibercafés, los juegos de computadora en red estuvieron en boca de todos los fichineros. Como mi compañero de aventuras había conseguido trabajo en uno de estos lugares, tuvo la oportunidad de probar las nuevas opciones a sus anchas. Por mi lado, junté unos pesos y alquilé una PC unas horas; pedí ayuda a los chicos que estaban jugando en red y en pocos minutos me uní a una partida de Counter-Strike. Quedamos maravillados prácticamente al mismo tiempo. Seis meses más tarde formábamos parte del mismo team y competíamos en torneos que entregaban, en general, premios en efectivo a quienes conformasen el podio. Decenas de «selecciones» de cinco jugadores de diferentes puntos del país se acercaban, cada pocos meses, a los grandes cibercafés que organizaban estos eventos mientras cientos de jugadores seguían los resultados desde sus casas. Los competidores solían tomarse las cosas en serio y todas las semanas organizaban prácticas y enfrentamientos. En otros continentes, jóvenes de nuestra edad se ganaban la vida con eso. Cobraban sueldos y representaban a diferentes patrocinadores, grandes marcas ponían plata en los equipos y ellos podían dedicarse profesionalmente. Circuitos internacionales surgieron con el crecimiento de la industria, y Argentina estuvo presente en unos cuantos. Algunos afortunados compitieron, tras largas etapas clasificatorias, en la World Cyber Games (donde, entre otros, Bertrand ElkY Grospellier sobresalió jugando StarCraft) y la CyberAthlete Professional League. Allí se enfrentaron con puntos de referencia en el rubro, a quienes imaginábamos acostumbrados a viajar por el mundo recolectando dinero y campeonatos. Mientras tanto, en la vida de todos los días, la realidad no acompañaba.


Si bien hubo equipos que se dedicaron profesionalmente y jugaron algunos torneos internacionales tras ganar muchos de los certámenes locales, el grueso de jugadores no podía dedicar su tiempo a un juego de computadoras. Todos entendíamos que se trataba de algo que iba más allá del juego, pero la vida seguía y no era posible competir en las mejores condiciones—lo que implicaba acordar entrenamientos y muchas horas de práctica— y a la vez pagar las cuentas. Entonces, en un rincón oscuro de algún cibercafé de Capital Federal, un monitor se encendió para que un pequeño grupo de adolescentes vea cómo un pro del Counter-Strike jugaba “poker online por plata de verdad”. Que es en dólares, que hay escuelas, que me hablaron sobre un torneo barato. Mi primo había dejado de contarme anécdotas cuando un amigo me comentó que el poker le pagaba la facultad. Estaba lleno de jugadores malos y sólo era cuestión de estudiar un poco. 
Me enseñó a jugar y al poco tiempo, después de leer el primer tomo de Harrington on Hold’em y creer que eso me convertía en amo y señor de los paños,  obtuve un segundo puesto en un torneo de $30 con rebuys y add-on en el que habían participado ochenta y tantos jugadores. Cobré unos jugosísimos $1.490, que eran casi dos de mis sueldos. Compré un maletín de 500 fichas, La Senda del Ganador de Juan Subiri y seguí jugando. Me encontré con el hecho de que había un enorme faltante de teoría del juego en español y aprendí a leer en inglés. Descargué y compré libros, estudié lo suficiente y encontré dónde ganarme unos buenos pesos. Cambié el joystick por un par de cartas y una pila de fichas de plástico, pero juego como al principio. Los rivales dejaron de ser los chicos del barrio, pero las charlas post-partida y las ganas de ser imbatible son prácticamente las mismas. Hoy, cuatro años más tarde, frecuento el casino y veo pasar caras que conocí en otro ambiente. Observo su comportamiento y los reconozco como lo que somos: jugadores. Sabemos de qué somos capaces y para qué somos buenos. Estamos preparados y vinimos a demostrarlo. Queremos ganar, pero sólo porque perder significa esperar para ser, una vez más y al menos por un segundo, los mejores jugadores del mundo.
Iván Schvintt
@hoozh / @nerdjoker
WAF / Casa de Espejos